“La vida es más que el alimento y el
cuerpo es
más que el vestido”.
Alegoría
Las montañas se empinaban por sobre el valle cubriendo una larga faja que
daba relieve a sus ojos buscadores. El contorno de aquellas figuras podría
dibujarlo a ojos cerrados, las reconocería aunque le mostraran todas las
montañas del mundo. Con la llegada del invierno avizoraban los días fríos
vistiendo los picos de blancos escarpados. Abajo en el valle los colores eran
bien definidos, en invierno una extensa alfombra de color marrón anunciaba que
el tiempo de la poda había llegado, luego el paisaje se tornaba más vívido al
acercarse los primeros días soleados, las Fiestas Patrias intensificaban su
paso vistiendo un desfile de coloridos contrastes, ¡había llegado la primavera!
Hacia el verano los vientos tardinos refrescaban las montañosas laderas y el
paisaje ahora se alzaba en una espesa tejedura verde, por entre las ramas
asomaban rojizos colores del fruto que apuraba su maduración a la llegada de
los días cálidos.
En la cabaña otro niño pequeño buscaba el pecho de la madre. La mirada de
ella traspasaba las montañas que se interponían en su vuelo, cuando sus ojos
campesinos se trasladaban hacia otros
mundos, donde la vida era algo más que el alimento.
Transcurridos los tiempos de la juventud, una mañana de otoño Nahbi
descubrió que había dejado atrás su niñez y que la adolescencia se acaba de
marchar. Había llegado el tiempo de mirar la vida a la cara e iniciar el camino
en busca de aquellos mundos que un día soñó. Extremando su paso se levantó de
prisa y preparó su equipaje con lo imprescindible, un puñado de esperanzas, una
porción de Fe, una bolsa grande de valor, doce piezas de coraje y el libro de
la antigua historia que cuenta acerca de “Los
tiempos antes del tiempo y del final de los días”. Éste lo puso en un lugar
muy seguro, porque podría faltarle todo, pero jamás el manual de la antigua
historia.
Una mañana desborda de de sol, Nahbi, tomó para sí la obligación de servir.
Mientras su mente anhelaba encontrar pastos verdes para saciar su cuota de
juventud ferviente. La razón la obligaba a seguir. Por una pequeña dosis del tesoro que aprecian los que no
conocen el verdadero valor de las cosas, la muchacha hipotecó su libertad. Las
montañas nevadas se transformaron en numerosos rascacielos que ahogaban su
corazón libertino y cambió la amplitud de sus laderas airosas por un par de
metros cuadrados. El único consuelo que hallaban sus ojos soñadores era la
observancia del tranquilo océano que se alzaba ante su asombrada vista. A
menudo se preguntaba por qué las gentes de ese lugar nunca se veían, almas
ocultas, encadenadas entre aquellas paredes sin fin. Su amigo, el mar, parecía
tener etapas de fascinación con ella y en las tardes al caer el sol, cuando la
brisa costera acariciaba sus mejillas se detenía a observarlo con admiración, lo
imaginaba como un suelo aplanado y bien barrido, luego del rociado de agua en
el atardecer, como solía suceder en los hogares de su pequeña aldea. Era como
si una escoba gigante hubieran pasado por encima de toda la superficie y
quedaba liso, tranquilo y silencioso, él, se entregaba como un amante en los
brazos de su amada. Ella hubiera querido atraparlo con sus ojos y guardarlo en su
alma para siempre. A veces, tenía la idea de que un día despertaría en su
pequeño cuarto de edificio y tal vez no encontraría a su amado. Ese pensamiento
la perturbaba, como antes la hubo trastornado la idea de perder un tesoro
anhelado. Era tanta su fascinación por él, que no verlo hubiera sido una
tortura.
Pasaron los días, los meses y terminó un año, poco a poco se fueron
durmiendo los sueños de Nahbi. Su mente inquieta de niña juguetona se
transformo en un campo de germinación y donde acunaba todas las ideas que
aparecían en su cabeza. Comenzó a entender que tenía limitaciones y que el
mundo al que había sido trasplantada era una mala copia de su antiguo hogar.
Las gentes con las que compartía, eran ciudadanos de otros mundos, habían
venido hasta estas lejanas tierras en busca de mejores tiempos para sus vidas.
Se habían establecido en un lugar estratégico y avanzaban por tierra derecha.
Eran justos con ella y la protegían de los peligros que existían afuera. Nahbi
casi no entendía el idioma de la ciudad. Todos avanzando rápido de un lugar a
otro, con una prisa casi indescriptible. La única prisa que ella conocía hasta
entonces era la de correr tras un chivo que se escapó o cuando jugarreteaba con
sus vecinos al atardecer.
Después de haber tenido a sus anchas el cielo, las montañas y el valle para
disfrutar, ahora, apenas lograba atisbar alguna estrella en una noche despejada
y jamás pudo volver a contar estrellas y medir el tamaño de ellas con sus dedos
o contar estrellas fugaces y pedir un deseo, el cielo se perdía en la
luminosidad de los faroles, era imposible apreciar su brillo y la intensidad de
sus colores nocturnos, mucho menos confundirse en la inmensidad con él. Al
menos por la mañana podía disfrutar de las gaviotas que llegaban hasta su ventana
anunciando la llegada de un nuevo día.
Un día descubrió que en este mundo para ser reconocido había que ser
esclavo del deber por un tiempo, cumplir metas inalcanzables y exhibir logros
en una pared, con lindas letras doradas. Ella amaba el trabajo y de alguna
forma ya era esclava, no quería esclavizarse más. Sin embargo, tenía sueños y
no quería abandonarlos. Tenía juventud, pero no tenía el tesoro que compraba la
libertad.
Su vida se había transformado en un espacio de soledad y de nostalgia por el recuerdo de sus amados. Las familias
que observaba allí se veían siempre felices de compartir juntos. Ella
participaba en aquellos eventos como un observador silencioso, al margen. El
silencio era su compañero de jornada y
el libro que contaba la historia antigua, era su esperanza. Un día elevó una
oración, pero más que una oración era un sueño que se le escapó de sus labios.
Mientras atendía sus labores, soñó que era libre, que era hermosa y feliz, que
tenía un hogar y un compañero para compartir la vida. Entonces invocó al Dios de los dioses y le
pidió que la ayudara a salir de aquella “cárcel piadosa” y a cambio ella entregaría
su vida al servicio del bien y de ayudar a otros.
El Señor de señores que habita en todo lugar escuchó su oración y se
sorprendió de tan osada propuesta. Lo que no sabía Nahbi era que cuando invocas
al Dios de los dioses, te puede escuchar el Señor de señores, y si prometes
algo, deberás cumplirlo. Es un pacto incorruptible. Prontamente la muchacha
observo cómo al igual que a Moisés se le abrió paso entre las aguas, su camino
se transformo en un sendero de libertad.
La segunda cosa que Nahbi no sabía era que el tiempo en el mundo de los
Dioses es muy diferente al de la tierra. Tuvieron que transcurrir muchas
mañanas con sus tardes y sus noches. Fríos inviernos, otoños soñolientos,
primaveras olvidadas y calurosos veranos para que la muchacha soñadora
comenzara a ver los primeros brotes de una semilla que había sido plantada
desde hacía mucho, pero mucho tiempo en su corazón. Ella no comprendía el
lenguaje de los Dioses y aunque a menudo le enviaban mensajeros, no llegaba
identificarlos.
Nahbi fue liberada de aquella “cárcel piadosa”, contrario a lo que ella
esperaba, el trabajo aumentó. Cada día llegaba en diferentes formas y debía
asumir nuevas responsabilidades. Por mucho tiempo sus oídos se hicieron sordos
a las voces de los mensajeros celestiales y por lo tanto no llegaba comprender
por qué debía cumplir aquellas trabajosas tareas. En ocasiones se agotaban sus
sentidos, le faltaban energías y a veces sentía que ya no podría continuar. Una
mañana al despertar descubrió que había transcurrido mucho tiempo desde que había
abandonado la cárcel piadosa. Reflexionó acerca de sus días en la actualidad y
comprendió que no era completamente libre. Al instante reflexionó ¿qué puedo
hacer, si necesito sustentarme para vivir? A menos que recibiera una ayuda del
cielo, -sonrió sarcásticamente-. Si viniera un ángel y me ayudara, entonces
sabría qué hacer y cómo hacerlo. Tal vez podría establecer mi vida en otro
lugar y así no tener que trabajar tanto para sobrevivir. Cuando terminó de
mencionar aquellas palabras, apareció ante sus ojos un hombrecito de aspecto
admirable. Con una mirada inquieta y profunda. Nahbi se sorprendió al verlo y
lo primero que pensó fue que este sería un forastero. -Se dijo para si misma-,
tal vez ha perdido su rumbo y necesita ayuda, pero ¿qué hace en mi cabaña? Ella
se apresuró a tomar una bata que tenía junto a su cama y se acercó. Cuando el
hombrecito la vio, le hizo una reverencia –buenos días señorita-, -dichosos los
ojos que os ven-; Ella más sorprendida aún respondió al amable saludo y apenas
pudo pronunciar una frase, -¡gracias buen hombre!- Luego con palabras
entrecortadas dijo -¿Puedo ayudarlo en algo?- A lo que el hombre respondió -señorita he sido enviado desde el Inicio de los Tiempos, para venir en su
ayuda y desde este mismo instante estoy a su servicio- Nahbi estaba atónita y
antes de que pudiera reponerse del asombro, algo que había sobre la mesita de
su cabaña llamó la atención de sus ojos, era un libro similar al que ella tenía
junto a su cama, pero este libro a diferencia de aquel estaba intacto y tenía
letras doradas sobre su tapa y se leía en un idioma no conocido algo así como “Libro de todas las cosas antes de que el
tiempo fuera y hasta el fin de los tiempos”. Se sorprendió de que pudiera leer ese idioma
y se sonrojó al instante en que comprendía que el Señor de señores había
enviado aquel hombre. Entonces recordó su oración realizada años de años atrás,
y recordó también su promesa de “entregar
su vida al servicio del bien y de ayudar a otros”, en ese momento algo como
un rayo entró por su ventana y traspasó su corazón, una especie de bola de
fuego se instalo en el centro de su corazón, su cuerpo se estremeció de la
cabeza a los pies, no alcanzó a pronunciar palabra, cuando estaba tirada en el
piso e inconsciente.
Transcurrieron varias horas, cuando despertó, estaba sobre su camita, desde
allí podía observar que había fuego en la chimenea, un exquisito aroma a frutos
silvestres la envolvía. Desde afuera se oía una acariciante música, alguien
cantaba, de pronto recordó todo lo que había sucedido y se preguntó dónde
estaba el hombrecito. Salió de su cama buscando el lugar desde donde venía la
melodía y al entrar en el bosque halló al hombrecito cortando unos leños al
mismo tiempo que entonaba una canción indescriptible, en un idioma no conocido
pero era dulce a sus oídos. De pronto, antes que pudiera decir nada, sintió que
en su corazón ardía, entonces recordó el rayo que se instaló en su pecho. Al
mismo tiempo el hombrecito se volteó para verla y ella por primera vez se
encontró con su mirada, una profunda mirada azul, que parecía penetrar su alma.
Ella no pudo contenerse y bajó sus ojos sonrojada. Él la invitó con ademán,
ella se acercó y observando los árboles que estaban comenzando a brotar, dijo,-pronto
se acabará el invierno, ya aparecieron los primeros brotes-. El hombre
respondió, nunca más habrá invierno en tu vida Nahbi, sus palabras resonaron en
el centro mismo de su corazón y sintió como si una llamarada se encendiera. La
muchacha se estremeció y por primera vez se atrevió a preguntar. -¿Cómo te
llamas?- él la miró tiernamente a los ojos y respondió –Compañero, ese es mi nombre
Nahbi- y he venido para acompañarte en el siguiente espacio que debes transitar.
Ella se sonrió con alegría, sin pronunciar palabra asintió con su cabeza. El
compañero tomó sus manos entre las de él y dijo: -princesa Nahbi, de lo secreto
has venido para avanzar hacia los tiempos futuros. El que me ha enviado conoce
toda tu vida, sabe que tienes dificultades para comprender sus tiempos, pero
reconoce que no haz olvidado tu promesa. Ese libro que viste sobre la mesita,
es el que nos guiará nuestro destino final, desde ahora ya nunca más estarás
sola. Se acabaron los tiempos de andar errante, desde ahora se inicia tu
peregrinaje. El que me ha enviado puso en tu corazón la llama de la Virtud Eterna y desde ahora comenzarás a
“entregar tu vida al servicio del bien y
de ayudar a otros”. Nahbi se quedó en silencio por unos minutos, hasta que
por fin vinieron sus palabras. Musitó, ¿por qué no sucedió antes? El la miró
con una ternura inimaginable y dijo: -porque no estabas preparada para iniciar
tu verdadero trabajo en la vida-, Hay muchas personas en el mundo que nunca
llegan a estar listos para encargarse de su verdadera misión. ¿Recuerdas todo
lo que has experimentado desde aquel día que hiciste tu promesa?, Ella asintió
con la cabeza, -Todas esas cosas no son más que distracciones, que están
puestas allí para desviarte de tu verdadero camino. De pronto observó a través
de los árboles y vislumbró allá lejos en la ciudad muchas personas yendo de un
lugar a otro. El Compañero dijo –al igual que ellos, tú princesa estabas
errando por esas calles de un lugar a otro. Hasta el instante en que hiciste tu
oración, entonces el Señor de señores me envió en tu ayuda-, -El está muy
orgulloso de ti, has debido soportar dificultades que pocas personas capaces de
vencer-.
La muchacha lo observó mientras meditaba en sus palabras y reparó que tenía
un hermoso semblante, hasta pudo presentir su noble corazón. Entonces se
atrevió a decir:-Que afortunada soy de que vinieras Compañero, mi corazón se
siente acompañado. Ahora quisiera avanzar hasta donde está él y ver sus ojos,
su mirada y quedarme para siempre a su lado-. El compañero dijo: -tendrás tu
alegría indescriptible princesa Nahbi, pero antes, debes cumplir tu promesa al
Señor de señores.
Volvieron a la cabaña, prepararon su equipaje, que constaba de una porción
grande bondad, una bolsa de esperanza, una buena dosis de Fe, doce paquetitos
de gratitud, un sobre lleno de misericordia y todo el amor que les fue posible
tomar. Sin olvidar el libro de la antigua historia que cuenta acerca de “Los tiempos antes del tiempo y del final de
los días”.
Isska Co